Exposición Luis Pinilla
2 de Abril al 9 de Mayo de 2015
20.30 horas
20.30 horas
| Sala de Exposiciones de la Casa de la Cultura
| E. Libre (todos los públicos). Inauguración de la exposición de pintura "Segmentos" de LUIS PINILLA en la Sala de Exposiciones, hasta el día 9 de Mauo.
Visitas, todos los días de 18 a 21 horas, excepto domingos y festivos sin ningún acto cultural programado. Por las mañanas, visitas concertadas
en el teléfono 965.636.194.
en el teléfono 965.636.194.
VENTANAS
Sobre la mesa descansa el último tubo de óleo que el artista acaba
de enfrentar al lienzo. Es negro como la noche. En el tubo la pintura
es negra, pero cuando entra en contraste con el crudo del lienzo,
asume la función de avisarnos de hasta dónde llegará el día. Nos
ordena de manera sutil y precisa hacia el lugar en el que debemos
fijar nuestra mirada.
Al rato, unas tiras de cinta serán las encargadas de poner coto a un
rojo intenso que atravesará, quizás mañana o esta misma tarde, una
línea de azul cobalto sin permitirse siquiera una transparencia.
Cuando todo esto ocurre, justo enfrente, se encuentra a punto
de pasar a mejor vida un lienzo multicolor, en el que él tratará de
jugárnosla –una vez más– tratando de confundirnos entre lo que
significa el enfoque y el desenfoque de la forma. A su vez nos va a
mostrar grupos de líneas que terminan porque empiezan en algún
sitio. A éstas les sucederán otras que vienen a continuar su tarea,
con la salvedad de que a éstas últimas les ha abandonado el color.
Una vista compleja en la que el día y la noche conviven a la vez, sin
descanso.
Oímos, como un susurro, el deslizar del corte de la cuchilla sobre un
cartón. La cuchilla recorre el camino trazado previamente por él, se
dirige, sin dudarlo ni un instante, hacia el borde final. Una serie de
estratos desordenados –aparentemente– se desparraman encima
del cuadrilátero ¿están dentro, o están fuera, suben o bajan, están
encima o están debajo?
Un cuadrilátero delgado, pero de una gran firmeza, se sitúa en el
borde de la obra, su misión será acotar el espacio y poner orden,
para que la malla de líneas desordenadas quede situada en el lugar
exacto en el que él la vio.
El color ha desaparecido prácticamente, las sombras que el delgado
grosor de los cartones proporciona al cuadro, son ahora el único
aporte de color que la obra se puede permitir; viniendo a demostrar
que el color hace la fuerza. La superposición de planos, el juego
aparentemente desordenado de las líneas, conceden al cuadro blanco
una envidiable vida.
En el “Laberinto Roto” se sitúan al fondo del lienzo todos los cielos
posibles. Como un canto de libertad, la rotundidad de la forma convive
en armonía con atmósferas espontaneas de colores que conforman
a su vez, un juego laberíntico de pasillos cromáticos. Mientras
que la concreción de las formas constructivas nos quieren hacer
ver que no hay camino cerrado, la paranoia de las líneas rectas que
delimitan los colores nos enseña el verdadero laberinto, un camino
que nos saca fuera del cuadro y que nos obliga a pensar en todos los
horizontes que han quedado grabados en nuestra memoria.
A unos metros de este laberinto nos encontraremos con el “Pozo para
Segmentos”, una ventana que deberíamos mirar desde el aire, para
que su atmósfera impregne de lleno nuestra mirada. La tierra acaba
donde empieza el ocaso. Del ocaso surgen formas perturbables
en las que incide la luz de los colores que vendrán a contaminar la
pureza surgida desde el fondo.
¿Si la delimitación del cuadro fuera infinita, si la tierra no acabara
nunca, si en vez de surgir del pozo los segmentos cayeran en un
agujero negro?
Colgados en la pared, como si formaran parte del propio estuco
del muro, dos colecciones de treinta y dos cuadrados, divididos
en dos conjuntos de dieciséis cuadros cada uno, buscan ordenar
todo lo que les rodea. Su orden es a primera vista muy elemental:
horizontal y vertical. Demasiado básico para una obra de él. Nos
acercamos y descubrimos el juego al que nos invitan las formas: la
luz no proviene de dónde creíamos que venía, precisamente el juego
de luces y sombras nos lleva a ver una delimitación lineal de formas
que desaparece en cuanto nos acercamos a la obra, la delimitación
no procede de la forma en sí misma, sino de la superposición de un
elemento del cuadro sobre el otro. Lo que aparentemente podríamos
pensar que ha sido dibujado, es producido por la incidencia de la luz
en los estratos del cuadro. Las deli mitaciones formales se verán
modificadas en el momento la obra cambie de lugar.
Y así nuestro cuerpo va asomándose a las ventanas que Luís Pinilla
va abriendo delante de nuestros ojos. Su libertad creadora, la
búsqueda de lo esencial, de la necesaria complicidad con el espectador,
para que entre en la complejidad de la obra por el camino
más fácil, convierten la obra de Luis en apetecible. Probablemente
su carácter llano, y tantos años abriendo los legañosos ojos de los
estudiantes, para que descubrieran la belleza de lo que les rodea, ha
marcado su carácter pictórico.
Creo que para Luis la pintura es un divertimento, un recreo esencial
para mantenerse en pie. Cuando digo divertimento no lo hago en el
sentido superficial de lo que puede significar divertirse hoy día. Yo
hablo del divertimento en el sentido de convertir en satisfacción lo
que la creación te proporciona. Esta satisfacción la aprecias en el
artista cuando habla con sencillez –sin metalenguaje ni expresiones
grandilocuentes– de lo que hace todos los días. Como si el hecho de
ponerse a pintar fuera una tarea cotidiana más de las que realizamos
los humanos. Probablemente este divertimento se produzca en Luis
porque no espera más de su obra plástica que lo que la propia obra la
proporciona: una manera de seguir viviendo.
José Ayelo Pérez
Villena, marzo de 2015