29 de julio de 2012

LA ISLA DE GÓREE

Por las casas de esclavos de la isla de Gorée, declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1978, pasaron durante más de tres siglos entre 15 y 20 millones de seres humanos que fueron capturados, esclavizados y vendidos a América. Otros seis millones murieron por las condiciones infrahumanas con que eran tratados. La abolición se produjo en 1848. Todas las grandes potencias europeas de la época, portugueses, holandeses, ingleses, franceses y españoles se enriquecieron a costa de la esclavitud.

-Estimados amigos, quiero que este domingo en la playa os explayéis leyendo este relato y la verdad me gustaría vuestra opinión sobre el, "que paséis  buen domingo"  y quisiera recodar os que el día 3  a las 22  horas, en la plaza de la ayuntamiento se celebrara la alborada de la virgen del Remedio y cantaremos  cinco corales de Alicante juntas, 
 os esperamos!!!,
Miguel Gracia Santuy
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LA ISLA DE GÓREE…… 
 
Hace muchos, muchísimos años en una cabaña de pastores de la zona de Ordesa, el tío Teodoro le estaba contando a su nieto esta historia que le habían contado a él sus antepasados y decían que uno de sus familiares que era de Andalucía había sido negrero al servicio de la corona de Castilla.

Una noche de luna llena, en un poblado Mandinga donde dormía toda una familia, los padres y sus dos hijos, “chico y chica”, vieron asustados como unas personas extrañas con antorchas, entraban a saco en la cabaña y a sus cuatro ocupantes, a golpes, los sacaron de la cama y los ataron de pies y manos, el padre intentaba librase, pero las ligaduras no le dejaban, vio como su familia estaban todos atemorizados y atados también como él, no sabían que pasaba. Al momento los sacaron de la cabaña a golpe de latigazos unos árabes muy bien armados de escopeta y sable, y con unos látigos les azotaban sin más. Luego los llevaron hasta las afueras del poblado donde había una cuerda de presos gimiendo y llorando, las mujeres y niños en una fila y los hombres en otra, El padre miraba y remiraba para todos los lados hasta que reconoció a sus vecinos y cerca de una fogata diviso al jefe de su tribu, bebiendo de una calabaza con los árabes. Al momento vio como le daban una bolsa que debía contener oro; supuso que era por el pago de sus informaciones a los captores y a su ayuda.
El hombre para sí se decía:
 — ¿Qué mal le hemos hecho a Alí, si somos de su familia?, ¡Ah! ¡Ya sé!, así se quedará con mi ganado y mis propiedades—eso pensaba y se preguntaba que harían con ellos.
Al  amanecer, comenzaron a darles latigazos para que caminasen, hubo alguno de los jóvenes que se rebelaron y les pegaron un tiro, y ahí quedaron los pobres, muertos, para alimento de los animales carroñeros. Al mediodía vio a su hijo cómo llevaba en unos cubos, a los pobres encadenados, un caldo hecho con carne de algún animal ponzoñoso, pues para el negocio de esos traficantes, era productivo que los esclavos estuvieran bien alimentados para cuando los vendiesen a los Portugueses o a los Ingleses o Españoles, y estos los mandasen como animales de carga a los estados de Luisiana. En ese mercado los revisaban de arriba abajo y los catalogaban tasándolos según su buena dentadura. En general, el aspecto saludable en los hombres, y la belleza, incluyendo buenos y grandes pechos, en las mujeres. Las chicas jóvenes y vírgenes eran vendidas aparte para capricho de los colonos Americanos.
Al cuarto día se acercó su hijo con lágrimas en los ojos a darles, a su padre y a los demás, agua. Por lo bajo le preguntó su padre qué le pasaba, y el muchacho llorando le contó cómo quisieron violar a su madre y como ésta, de un mordico, le quitó una oreja a un árabe. Pero éste junto con otros, le rebanaron de un tajo el cuello y la dejaron muerta; el hombre miró hacia el cielo y exclamó:
¡Alá!, profeta, ¿qué mal hemos cometido todos los Mandingas y tantas otras personas de diferentes lugares de África, para que hayas permitido hacer esto con nosotros?, yo te prometo señor que esto no quedará impune, sé que me costará la vida, pero te ruego que mires por mis hijos.
Papa, ¡cállate!, que si te oyen te matarán.
—No te preocupes, que si no me matan hoy será mañana, pero yo vengaré la muerte de tu madre, tú me haces una seña de quienes fueron sus verdugos, ¿me has entendido hijo mío? Y si no nos podemos hablar nunca más, recuerda que mi pensamiento y mi cariño estará siempre con vosotros, y te pido por lo más sagrado que cuides de tu hermana si puedes.
Papa, no te doy un beso porque me verían y sería peor, pero haré lo que tú me has encomendado, siempre os recordaré como los mejores padres.
El chico recogió la calabaza del agua y fue dando de beber a los demás esclavos.
Al cabo de una semana, después de saquear todo la costa oeste del Senegal y con casi mil esclavos, los embarcaron en unas chalupas hasta la fortaleza. Allí les fueron metiendo según el sexo y la edad; todas las noches era un concierto de voces desconsoladas por la tristeza y amargura, llamando a sus allegados. Los latigazos de los portugueses, que eran ahora sus dueños, resonaban por todos los oscuros pasillos con un olor terrible y llenos de excrementos y podredumbre. Las ratas acampaban a sus anchas y alguna sirvió de alimento para estas pobres almas. Ahí estuvieron casi dos semanas, hasta que llegó un velero de tres palos muy grande, con jaulas. Los fueron sacando encadenados de sus celdas a golpes de latigazos y como estaban llenos de excremento les fueron lanzando cubos de agua. El muchacho vio salir a su padre y con un  gestó le indicó a los asesinos de su madre. Cuando el padre pasaba en la cuerda de presos cerca de los asesinos sacó como pudo un objeto punzante que se había fabricado con un ladrillo en la celda y al momento, con una fuerza terrible, le pasó la cuerda por el cuello a uno de ellos y le clavó el pincho en la garganta. El otro asesino no se dio cuenta y también le hizo lo mismo; los ojos del chiquillo parecía que se le salían de sus órbitas. Al momento llegaron más guardianes y al padre le sacaron de la cuerda, lo molieron a latigazos y le ataron. Le colocaron una gran piedra en sus pies y desde lo alto de la atalaya de la fortaleza lo tiraron al mar para pasto de los tiburones. El hombre miró al cielo y exclamó en voz muy alta— ¡Alá!, acógeme con vosotros en el paraíso, dile a mi mujer que me espere y echó un beso al cielo. El muchacho se tapó la boca con la mano, para no delatarse, pues esperaba ver por última vez a su hermana, pero no le fue posible; esa misma mañana también lo embarcaba a él. 
Sabía que su hermana era muy bella y sería la atracción sexual de sus captores.   

MIGUEL GRACIA SANTUY