-Estimados amigos, quiero que este domingo en la playa os explayéis leyendo este relato y la verdad me gustaría vuestra opinión sobre el, "que paséis buen domingo" y quisiera recodar os que el día 3 a las 22 horas, en la plaza de la ayuntamiento se celebrara la alborada de la virgen del Remedio y cantaremos cinco corales de Alicante juntas,
os esperamos!!!,
Miguel Gracia Santuy
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LA ISLA DE GÓREE……
Hace muchos, muchísimos años en una
cabaña de pastores de la zona de Ordesa, el tío Teodoro le estaba contando a su
nieto esta historia que le habían contado a él sus antepasados y decían que uno
de sus familiares que era de Andalucía había sido negrero al servicio de la
corona de Castilla.
Una noche de luna llena, en un poblado Mandinga donde dormía
toda una familia, los padres y sus dos hijos, “chico y chica”, vieron asustados
como unas personas extrañas con antorchas, entraban a saco en la cabaña y a sus
cuatro ocupantes, a golpes, los sacaron de la cama y los ataron de pies y manos,
el padre intentaba librase, pero las ligaduras no le dejaban, vio como su
familia estaban todos atemorizados y atados también como él, no sabían que
pasaba. Al momento los sacaron de la cabaña a golpe de latigazos unos árabes muy
bien armados de escopeta y sable, y con unos látigos les azotaban sin más. Luego
los llevaron hasta las afueras del poblado donde había una cuerda de presos
gimiendo y llorando, las mujeres y niños en una fila y los hombres en otra, El
padre miraba y remiraba para todos los lados hasta que reconoció a sus vecinos y
cerca de una fogata diviso al jefe de su tribu, bebiendo de una calabaza con los
árabes. Al momento vio como le daban una bolsa que debía contener oro; supuso
que era por el pago de sus informaciones a los captores y a su ayuda.
El hombre para sí se decía:
— ¿Qué mal le hemos hecho a Alí,
si somos de su familia?, ¡Ah! ¡Ya sé!, así se quedará con mi ganado y mis
propiedades—eso pensaba y se preguntaba que harían con ellos.
Al amanecer, comenzaron a darles latigazos para
que caminasen, hubo alguno de los jóvenes que se rebelaron y les pegaron un
tiro, y ahí quedaron los pobres, muertos, para alimento de los animales
carroñeros. Al mediodía vio a su hijo cómo llevaba en unos cubos, a los pobres
encadenados, un caldo hecho con carne de algún animal ponzoñoso, pues para el negocio de esos traficantes, era productivo que
los esclavos estuvieran bien alimentados para cuando los vendiesen a los
Portugueses o a los Ingleses o Españoles, y estos los mandasen como animales de
carga a los estados de Luisiana. En ese mercado los revisaban de arriba abajo y
los catalogaban tasándolos según su buena dentadura. En general, el aspecto
saludable en los hombres, y la belleza, incluyendo buenos y grandes pechos, en
las mujeres. Las chicas jóvenes y vírgenes eran vendidas aparte para capricho de
los colonos Americanos.
Al cuarto día se acercó su hijo con lágrimas en los ojos a
darles, a su padre y a los demás, agua. Por lo bajo le preguntó su padre qué le
pasaba, y el muchacho llorando le contó cómo quisieron violar a su madre y como
ésta, de un mordico, le quitó una oreja a un árabe. Pero éste junto con otros,
le rebanaron de un tajo el cuello y la dejaron muerta; el hombre miró hacia el
cielo y exclamó:
— ¡Alá!, profeta, ¿qué mal hemos cometido todos los Mandingas
y tantas otras personas de diferentes lugares de África, para que hayas
permitido hacer esto con nosotros?, yo te prometo señor que esto no quedará
impune, sé que me costará la vida, pero te ruego que mires por mis hijos.
—Papa, ¡cállate!, que si te oyen te matarán.
—No te preocupes, que si no me matan hoy será mañana, pero yo
vengaré la muerte de tu madre, tú me haces una seña de quienes fueron sus
verdugos, ¿me has entendido hijo mío? Y si no nos podemos hablar nunca más,
recuerda que mi pensamiento y mi cariño estará siempre con vosotros, y te pido
por lo más sagrado que cuides de tu hermana si puedes.
—Papa, no te doy un beso porque me verían y sería peor, pero
haré lo que tú me has encomendado, siempre os recordaré como los mejores
padres.
El chico recogió la calabaza del agua y fue dando de beber a
los demás esclavos.
Al cabo de una semana, después de saquear todo la costa oeste
del Senegal y con casi mil esclavos, los embarcaron en unas chalupas hasta la
fortaleza. Allí les fueron metiendo según el sexo y la edad; todas las noches
era un concierto de voces desconsoladas por la tristeza y amargura, llamando a
sus allegados. Los latigazos de los portugueses, que eran ahora sus dueños,
resonaban por todos los oscuros pasillos con un olor terrible y llenos de
excrementos y podredumbre. Las ratas acampaban a sus anchas y alguna sirvió de
alimento para estas pobres almas. Ahí estuvieron casi dos semanas, hasta que
llegó un velero de tres palos muy grande, con jaulas. Los fueron sacando
encadenados de sus celdas a golpes de latigazos y como estaban llenos de
excremento les fueron lanzando cubos de agua. El muchacho vio salir a su padre y
con un gestó le indicó a los asesinos de su madre. Cuando el padre
pasaba en la cuerda de presos cerca de los asesinos sacó como pudo un objeto
punzante que se había fabricado con un ladrillo en la celda y al momento, con
una fuerza terrible, le pasó la cuerda por el cuello a uno de ellos y le clavó
el pincho en la garganta. El otro asesino no se dio cuenta y también le hizo lo
mismo; los ojos del chiquillo parecía que se le salían de sus órbitas. Al
momento llegaron más guardianes y al padre le sacaron de la cuerda, lo molieron
a latigazos y le ataron. Le colocaron una gran piedra en sus pies y desde lo
alto de la atalaya de la fortaleza lo tiraron al mar para pasto de los
tiburones. El hombre miró al cielo y exclamó en voz muy alta— ¡Alá!, acógeme con
vosotros en el paraíso, dile a mi mujer que me espere y echó un beso al cielo.
El muchacho se tapó la boca con la mano, para no delatarse, pues esperaba ver
por última vez a su hermana, pero no le fue posible; esa misma mañana también lo
embarcaba a él.
Sabía que su hermana era muy bella y sería la atracción sexual
de sus captores.
MIGUEL GRACIA SANTUY