Gracias a las técnicas digitales, la fotografía tiene hoy dos tipos de soporte final: físico y electrónico. A pesar de que el destino de una toma puede relegarse exclusivamente a la pantalla de un ordenador, seguimos entendiendo como finalidad de los procesos fotográficos la creación de copias impresas en papel u otros soportes estables que no dependen más que de la luz ambiente para su contemplación. La impresión es la parte química de la fotografía que sobrevivirá.
Un aspecto generalizado en los sistemas de impresión es la utilización de soportes claros sobre los que se aplican sustancias colorantes o tintas que actúan como filtros al paso de la luz. Hablamos, por tanto, de sistemas sustractivos.
Por otra parte, cualquier tecnología de las que entran en juego dispone de un número limitado de tintas o colores base para formar las imágenes. Así pues, todo método de reproducción es un embudo y un filtro, y nunca una imagen impresa va a sustituir con exactitud la realidad captada.
Sin embargo, esto sólo debería preocuparnos relativamente. Los avances tecnológicos deben encaminarse -y así lo han hecho durante estas últimas décadas- a superar el umbral de percepción de los defectos propios de los sistemas de tratamiento y reproducción de imágenes.
Los defectos a que nos referimos se deben, especialmente en imagen digital, a la naturaleza numérica de los datos y, por tanto, al carácter discreto de sus escalas espaciales y cromáticas (volvemos a hablar, otra vez, de los componentes dimensional y tonal).
Sin embargo, cabe advertir que estas características son, precisamente, las que proporcionan una enorme versatilidad al sistema y posibilitan un control teóricamente absoluto sobre el resultado final.
Al digitalizar una imagen o al crearla con medios digitales el motivo se reduce a cierto número de píxeles, y a cada píxel se le asigna un color único de una gama también restringida. La edición puede mejorar la visión de la imagen, pero también acentuar las limitaciones del sistema, produciendo posterizaciones, bandas, empastes.
Ya en la salida, la superficie a imprimir se divide en zonas que se asocian a cada píxel, y se intenta reproducir su color combinando pequeñas gotas de un repertorio muy escaso de tintas (cuatro, habitualmente).
El punto de partida, como se ve, no está exento de problemas.
Veamos cómo se han ido sorteando.
Aumento del número de píxeles
Cuando nos referimos a "aumento del número de píxeles" lo hacemos a propósito para evitar la expresión "aumento de la resolución". Dividir el motivo en más píxeles supone capturar y anotar más cantidad de información, y ello se traduce en una imagen con más detalle.
Una imagen más detallada puede observarse más de cerca sin apreciar su estructura de filas y columnas, y sin que las siluetas se muestren escalonadas. Se puede imprimir a mayor resolución o a igual resolución, pero con un mayor tamaño superficial que otra imagen con menos píxeles. Además, una mayor definición soporta mucho mejor la edición.
Aumento de la gama de color
Ya supuso un salto cualitativo aumentar la información de color de un byte (paleta índice de 256 tonos) a tres bytes (RGB) o cuatro (CMYK). Actualmente, manejamos el mismo número de canales, pero podemos -sobre todo en RGB- aumentar la profundidad de bits de cada primario, pasando de 8 a 16, 32 ó 64.
¿Tiene sentido que continúe esta progresión? Ya estamos muy por encima del umbral de diferenciación.
A una distancia de observación situada entre 35 y 40 centímetros, razonable para una copia pequeña, la estructura de píxeles deja de percibirse entre 180 y 200 píxeles por pulgada. Con una gama RGB de 8 bits por canal, los degradados más suaves se ven perfectamente continuos entre los 210 y 230 píxeles por pulgada.
En realidad, no diferenciamos los casi 17 millones de colores de una gama RGB. Pero trabajar a 16 ó 32 bits tiene sentido en imágenes que se van a someter a una edición compleja, porque soportarán muchísimo mejor los efectos colaterales a cambio de duplicar o cuadruplicar temporalmente su peso informático.
Técnicas de tramado
Las pantallas utilizan tres colores, y muchas impresoras, cuatro. Afortunadamente, su yuxtaposición en pequeños puntos produce el conocido fenómeno visual de integración espacial llamado "dithering", por el que percibimos el color que resultaría de una mezcla real de luces o colorantes, sin necesidad de que el tamaño de cada punto sea muy pequeño.
Lo que pretendemos, además, es "recrear" una gama de millones de tonos con muy pocas tintas. Evidentemente, necesitamos bastantes gotitas para representar cada píxel si queremos hacerlo con una gama variada de color.
No es cierto, por tanto, que una impresora con una resolución de 1200 puntos por pulgada le quite partido a una resolución de imagen de 1200 píxeles por pulgada. Si se basa en técnicas de tramado -como prácticamente todas las domésticas, a excepción de las de sublimación-, la primera resolución debe ser varias veces mayor. Razonémoslo.
¿Qué significa una resolución de impresora de 720 puntos por pulgada?
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Por Paulo Porta