No es el autor más importante de la generación del 98, pero sí el más representativo. Su biografía, como la sencillez de su persona, es pobre en incidentes. Se crió en el mediterráneo levantino. Trajo a Madrid consigo la herencia griego-árabe de Levante.
Trabajó activamente en política durante los primeros años de su carrera. En Madrid se dedica a la bohemia y al trato con anarquistas y con izquierdas radicales. Luego se fue haciendo cada vez más republicano, para terminar siendo monárquico conservador a su muerte.
El joven escritor hacía gala de un nihilismo existencial y una simpatía por el anarquismo, ideología que no sólo defendió pública y brillantemente desde estas colaboraciones periodísticas, sino también a través de la traducción de algunos de los textos más extremistas de Kropotkin.
Su progresiva tendencia hacia el conservadurismo en política no se produjo sin cierta ambivalencia: inquietud por la salud pública del país y, al mismo tiempo, manifiesta necesidad de arrimarse a quienes ostentaben el poder y garantizaban la seguridad.
Así tras haber proclamado primero su afinidad hacia la dictadura del general Primo de Rivera (1923-1930), al venir la II República se mostró abiertamente republicano. Durante la Guerra Civil (1936-1939) vivió cómodamente exiliado en París. Y a su regreso a España al finalizar la contienda fratricida, se declaró nacionalista y se constituyó, a partir de entonces, en un punto de referencia obligado para los intelectuales conservadores.
Uno de los primeros mentores de la obra de "Azorín" fue el también levantino novelista Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), quien, desde su cargo de director del diario El pueblo, brindó al joven escritor alicantino la oportunidad de difundir sus artículos iniciales (firmados, en aquellos albores de su carrera periodística, también con el pseudónimo de "Ahrimán").
Publicó sus primeros trabajos periodísticos en medios tan radicales como los rotativos y revistas de clara adscripción republicana El País, El Progreso, Arte Joven, Revista Nueva y Juventud.
Siempre fue un típico hombre de pequeña ciudad de provincia. Su seudónimo significa ‘azor’, ave fina, inquisitiva. Alguno lo asocian con el verbo “azorarse”, pensando en su interior tímido y reconcentrado. Frente al Unamuno vociferante, Azorín es el silencioso; frente al Valle-Inclán teatral, Azorín es el sencillo.
Su biografía sería una antología de sus libros que en el fondo son una colección de emociones ante paisaje, cosas, libros. Surgió a contrapelo de la sociedad de su tiempo y terminó reconciliándose con ella. No le distinguen las virtudes heroicas y se caracterizó toda su vida por su sencillez.
Fue uno de los escritores que a comienzos del siglo XX luchó por el renacimiento de la literatura española. Fue el propio Azorín quien bautizó a este grupo con el nombre de generación del 98, como se le conoce en la actualidad. Fue el máximo representante de la generación del 98, movimiento literario que él definió, conceptualizó y defendió.
La evolución hacia posturas más conservadoras que fue experimentando en su ideología se hizo patente en sus escritos literarios y periodísticos. Del anarquismo radical y el nihilismo existencialista de Nietzsche y Schopenhauer, "Azorín" pasó a llevar una vida tranquila y sosegada, de escritor sereno, preciso y metódico, y a introducirse poco a poco en la política española conservadora.
AZORÍN Y SU IMPORTANCIA PARA EL 98
La obra y la persona de Azorín son fundamentales para comprender la mentalidad de los hombres del 98. Azorín es el 98. Todas las características de esta generación coinciden en su persona y en su obra. Es el escritor que con más contundencia reacciona contra la prosa, la vaciedad literaria, la grandilocuencia y el heroísmo del XIX.
Azorín es una figura esencialmente literaria. Su desdén por las formas heroicas del XIX le llevan a buscar lo cotidiano, lo sencillo, los “primores de lo vulgar”, lo pequeño. En este sentido representa la autenticidad que tanto buscaban los autores del 98, frente a la inautenticidad triunfalista del XIX. Azorín dio el nombre al 98 y su obra fue la realización exacta del programa de toda esta generación.
IDEARIO DE AZORÍN
El tema dominante de sus escritos es la eternidad y la continuidad, simbolizadas en las costumbres ancestrales de los campesinos, la preocupación por la identidad nacional, la contemplación emotiva del paisaje del interior de la Península y la constante meditación sobre el cíclico fluir del tiempo (ecos nietzscheanos del "eterno retorno"). Su máxima: "Vivir es volver a ver".
A pesar de ciertas veleidades políticas, Azorín es ante todo un temperamento contemplativo. Su capacidad es la sensibilidad, la capacidad de percibir el valor emotivo y poético de las cosas. No es apasionado y tormentoso (o atormentado) como Unamuno, sino de espíritu fino y delicado. Ve los sutiles matices de todo y sabe destacar el profundo sentido humano de las cosas pequeñas. Su fuerte es el gusto por lo pequeño, lo cotidiano. Desprecia las formas heroicas, por eso su gusto por Nietsche al principio es difícilmente comprensible. Su obra tiene más paralelos con el poeta austriaco Rainer Maria Rilke (1875-1926): sentido del tiempo y de la muerte, gusto por las cosas vivas y no por ideas o por creaciones al estilo de Unamuno.
Azorín tiene ojos de pintor y alma de intelectual. En él predomina lo visual como buen hombre levantino. Sus descripciones y visiones son exclusivamente plásticas. Su sensibilidad es la del hombre cultivado y educado. Es una sensibilidad delicada con dos vertientes: la estética y la moral. Es decir, su estética está dirigida por ciertas ideas. Elimina de las cosas todas las notas excesivas y recompone la realidad de forma enumerativa, catalogando los pormenores.
España:
Sus ideas sobre España son las del 98. Primero ataca a la tradición española. Pero luego se esforzó por comprender y valorar la tradición nacional. Pronto abandona la idea de la europeización de España típica de los regeneracionistas. En esto es como Unamuno, que postulaba una “iberización de Europa”, pero exigirá, contra Unamuno “un lazo sutil que nos una a Europa”.
Moral:
La moral de Azorín surge de su amable escepticismo al estilo de Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592), escritor francés que introdujo por primera vez el ensayo como forma literaria: bondad, comprensión, tolerancia, todo sin trasfondo metafísico ni religioso. Cree en el progreso (contra Unamuno), pero no en el progreso material, sino en el “de las sensibilidades”. El ideal humano es cuestión de sensibilidad. “La ilusión es la verdad más alta, porque nos sostiene y nos consuela”. Al final de su vida habló de su “catolicismo firme, limpio y tranquilo y con ideas justas, firmes, serenas, ortodoxas y españolísimas”. Murió siendo condecorado por el ministro de Información bajo la dictadura franquista.
El tiempo:
A veces recuerda Azorín a San Agustín en su preocupación por inquirir qué es el tiempo. “A saber lo que es el tiempo he dedicado grandes meditaciones”. En las Confesiones de un pequeño filósofo (1904) nos cuenta sus recuerdos de la infancia, lo que explica su obsesión por el tiempo: En un pequeño pueblo “donde sobraban las horas”, se le amonestaba siempre porque “llegaba tarde”. Azorín se preguntaba: “¿Por qué y para qué es tarde? ¿Qué empresa vamos a realizar que nos exige contar los minutos? No lo sé, pero os aseguro que esta idea de que siempre es tarde es la idea fundamental de mi vida”.
En su obra el recuerdo de lo que desapareció ocupa un lugar primordial. En esto recuerda a Unamuno, cuyo tema fue siempre también la pérdida de la niñez, de un estado paradisíaco, donde no había preocupación por el tiempo: eternidad contraria a la historia, inmortalidad contra muerte. “Del pasado dichoso solamente podemos conservar el recuerdo, la fragancia del vaso”.
Para Azorín, tiempo es dolor. Podemos verlo en su ensayo Una ciudad y un balcón. En él describe Azorín un pueblecito, evocando diversos tiempos históricos: La época del siglo XV, en que convivían lo pintoresco medieval con las ansias expansivas y renacentistas del Nuevo Mundo. El ensayo está contenido en su libro Castilla (1912), donde también podemos leer su estupendo trabajo Las nubes.
La tragedia y la emoción del tiempo es el Leitmotiv, el asunto que se repite en la obra de Azorín. Junto a la idea de la caducidad de lo terreno, tenemos también la de la absoluta inmutabilidad. “Desaparecen los hombres, pero permanece lo humano”. Hay una realidad universal y eterna, que enlaza pasado, presente y futuro. “Lo fugitivo permanece y dura”. Como decía Unamuno, “todo queda pasando” y para Antonio Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”. En el fondo hay siempre continuidad histórica.
"Azorín", miembro de Honor del Instituto de Cultura Hispánica. (julio 1962) |
Todo pasa y acaba en la vida: los grandes hombres, las grandes acciones, las grandes pasiones; en cambio, el tejido oscuro de las pequeñeces y las vulgaridades que forma el fondo de la vida diaria, se repite constantemente igual, y sólo en él encontramos el lazo permanente que une a todos los hombres de todos los tiempos.
La abulia o el fallo de la voluntad:
Esta es una constante también en la concepción del mundo de Azorín. El fallo de la voluntad y la atomización del tiempo llevan a la crisis de la voluntad, típica de los héroes tempranos de Azorín. Esa desilusión, ese escepticismo y abulia son el reflejo del ambiente nacional de los hombres del 98. Su novela La voluntad es la novela del 98, la novela de la abulia y el fracaso.
ESTILO Y TÉCNICA LITERARIA DE AZORÍN
Azorín introdujo un estilo nuevo y vigoroso en la prosa española. La meta de Azorín es percibir “lo substantivo de la vida” a través del detalle, del pormenor. Su interés gravita no en los grandes hechos espectaculares, sino en lo nimio, lo minucioso e insignificante, que por sernos habitual nos pasa desapercibido. Pero no cultiva un realismo fotográfico, sino que busca la profunda significación del detalle en casa cosa.
Es su técnica impresionista: buscar a través de la sensación la íntima realidad de las cosas. Por eso sus descripciones están animadas de tierna emoción y de delicadeza.
Sencillez, claridad y precisión son las cualidades principales de su estilo. Su estilo es sencillo, sin las vaguedades grandilocuentes del XIX. Tiene gran expresividad y exactitud. Su estilo tiene fluidez y límpida trasparencia.
La elegancia es la sencillez. No seamos afectados. Los hechos narrados sencillamente llegan más a nuestra sensibilidad que los grandes superlativos. Colocad una cosa después de otra. Nada más y nada menos. Esto es todo.
Azorín comenzó a escribir en castellano con estructura sintáctica francesa. Sus primeros escritos parecen traducciones literales del francés. Así descubrió el valor de la frase corta. Una de sus características es la puntuación: Rompe frases largas mediante puntos, incluyendo en la frase siguiente la conjunción o el adverbio. En la distribución del punto radica el estilo de Azorín y su secreto. Así se opone a la prosa declamatoria del XIX; por otra parte, sin embargo, quita así al idioma sus posibilidades máximas de expresión. Su prosa corresponde a su mentalidad fragmentaria y minuciosa. Su lenguaje es más paratáctico que sintáctico. La sintaxis de Azorín es simple, con predominio de oraciones yuxtapuestas; evita la subordinación.
Para Azorín, en la realidad no se dan los elementos en síntesis, sino descompuestos y estáticos, sin movimiento de conjunto. Su prosa no es película, sino una serie de fotogramas: impresionismo. Lector de Nietzsche, no tuvo el filósofo alemán influencia alguna en su estilo. Azorín admiraba, por ejemplo, más el estilo del Discurso del Método (1637) del filósofo, científico y matemático francés René Descartes (1596-1650).
La sensación que deja su prosa es de pulcritud. Su léxico está lleno de neologismos y términos arcaicos como en Unamuno, pero usados con gran tacto. Su léxico es muy rico. Fue el escritor que más arcaísmos introdujo en el español contemporáneo. Su estilo enriqueció la prosa castellana.
LA OBRA DE AZORÍN
Azorín tentó la totalidad de los géneros literarios en prosa. Es crítico, ensayista, periodista, viajero, novelista, dramaturgo y memorialista.
AZORÍN CRÍTICO LITERARIO
Sus páginas críticas más logradas quizás sean las que hacen una interpretación original de los clásicos españoles. Azorín intenta expresar las impresiones que en él producen la lectura de los clásicos. Ha demostrado que vale más “acercarse a los clásicos por deleite que por erudición”. Sus comentarios tienden a destacar el “espíritu y ambiente de la obra”. Sus estudios literarios se perfilan como una manifestación sui generis de la denominada "crítica impresionista".
Azorín fue uno de los principales responsables de la resurrección de los clásicos en el siglo XX, tanto en los grupos elitistas de cultura como en las capas populares del espectro social.
La crítica literaria en España (1893)
Esta obra puso de manifiesto no sólo sus extensos conocimientos acerca de las Letras hispánicas de todos los tiempos, sino también una extraordinaria capacidad para la observación sutil de los detalles literarios y biográficos más inadvertidos.
Los anarquista literarios (1895)
Sus lecturas y traducciones de los textos del pensador anarquista ruso Piotr Alexéievich Kropotkin (1842-1921) le inspiraron esta obra que, sumada al contenido radical de los artículos de Azorín publicados por aquellos años en los rotativos más progresistas del país, contribuyó a fijar la imagen de un escritor airado y extremista, si bien es cierto que pronto encauzado hacia ese anhelo de regeneración nacional que aglutinaría a los autores de la por él denominada "Generación del 98".
Buscapiés (1894)
Estas dos primeras obras precoces vieron la luz bajo los pseudónimos de "Cándido" –alusivo al personaje universal de Voltaire– y "Ahrimán".
La ruta de don Quijote (1905)
Lecturas españolas (1912)
Clásicos y modernos (1913)
Los valores literarios (1914)
Al margen de los clásicos (1915)
El licenciado Vidriera (1916)
Más tarde se llamará Tomás Rueda)
Rivas y Larra (1916)
Los dos Luises (1921)
De Granada y Castelar (1922)
AZORÍN PAISAJISTA
Azorín dedicó sus mejores obras a analizar el paisaje y el alma de España, temas preferidos por los hombres del 98. Pocos como Azorín han sabido ver la profundidad y belleza de la inmensa llanura castellana, ni saber describir con tanta emoción los pueblecitos castellanos en los que parece haberse detenido la historia desde hace siglos.
“Costa (el regeneracionista), el paisaje español y los clásicos castellanos me han formado”. A Azorín se debe la reconciliación de los españoles con sus clásicos. Cuando España pierde sus últimas colonias de ultramar en el 1898, tiene Azorín 26 años. La situación política de aquel tiempo le impresionó. El autor que más le influyó entonces fue el escritor romántico y periodista Mariano José de Larra (1809-1837), primer “noventayochista” del XIX. Ser sucesor de Larra fue una meta para Azorín.
Nadie describió ni cantó tan apasionadamente el páramo castellano como Azorín. La descripción del paisaje castellano fue una de sus pasiones, junto con la descripción de la historia de España. En la historia y descripción de tipos españoles busca Azorín lo que no cambia, lo cotidiano que siempre permanece en el cambio de las cosas. Ve el presente dependiendo del pasado. Le interesa lo “que siempre ha sido”. “La vida es retorno, lo que vive vuelve otra vez; pues lo que no vuelve, no tiene vida”, lo que nos recuerda el “eterno retorno” nietzscheano.
Así resuelve Azorín el problema del tiempo que tanto le preocupaba. Todo pasa, pero hay algo que siempre se repite, eso es lo que queda siempre. Eso que queda es lo cotidiano, lo nimio, lo sin importancia, lo acostumbrado. Todo lo que pertenece a la vida cotidiana de los hombres de todos los tiempos y que pertenece a la existencia humana; no las grandes acciones individuales que hoy son admiradas y mañana nadie se acuerda de ellas. Para Azorín, lo grandioso, trágico, heroico y genial son solamente excepciones, lo esencialmente humano es lo constante de lo cotidiano, lo acostumbrado. Lo acostumbrado es lo que retorna del pasado, es lo que queda, lo que, como decía Unamuno, “pasa y queda y que se queda al lado y no se muda”.
Su espíritu triste, en el fondo, procede de la sensación de que todo pasa, de que lo que pasa no es recuperable. “Las cosas hermosas deben durar eternamente”. Pero lo cierto es que no duran. Todo pasa, por eso intenta Azorín ganar al tiempo algo permanente: en las descripciones minuciosas de tipos y paisajes, buscando siempre en lo cotidiano lo permanente. Es lo que hace en las obras sobre España y su paisaje:
Los Hidalgos (1900) (recogida más tarde en:)
El alma castellana (1600-1800) (1900)
Con la publicación de esta obra, Azorín inauguró su devoción literaria y espiritual hacia los paisajes del interior de la Península y hacia la idiosincrasia de las figuras culturales que había dado esta tierra. En "el alma castellana" veía lo más puro y representativo de la identidad nacional. Sus reflexiones cobraron un amplio enfoque regeneracionista a raíz de la depresión general en que incurrieron todas las capas de la sociedad española después del desastre colonial de 1898.
Este valioso texto ensayístico muestra su devoción por Castilla, por sus gentes, por su idiosincrasia y por sus escritores clásicos, aquellos que, como Garcilaso de la Vega, el anónimo autor del Lazarillo o Miguel de Cervantes, habían contribuido a forjar una identidad nacional que, tras la crisis del 98, era necesario reconstruir.
Los pueblos (1905)
La ruta de Don Quijote y Sancho (1905)
España, hombres y paisajes (1909)
Castilla (1912). Obra cumbre de Azorín.
Un pueblecito, Riofrío de Ávila (1916)
El paisaje de España visto por los españoles (1917)
Valencia (1941)
Azorin por Zuloaga (este cuadro está en Monovar en su Casa Museo) |
AZORÍN NOVELISTA
En las novelas de Azorín la acción y la intriga casi no cuentan. Son relatos, a menudo autobiográficos, donde lo esencial es el ambiente, los tipos, el paisaje, descritos con la técnica del detalle típica de Azorín.
Lirismo descriptivo, impresiones personales y recuerdos autobiográficos, estos son los elementos de sus novelas, todo sin grandes conflictos dramáticos. Se ha señalado la dependencia de Azorín respecto de los hermanos Edmond Huot de Goncourt (1822-1896) y Jules Huot de Goncourt (1830-1870). Con esto se adscribe Azorín al impresionismo. Hay que decir que esta dependencia es puramente formal y no afecta en nada al material ni al modo de tratarlo.
Las primeras novelas de Azorín son, con en el caso de Unamuno, más un instrumento para expresar y exponer sus ideas. EL perfecto analista del mundo exterior fracasa ante los procesos espirituales de sus personajes. No tiene capacidad para describir procesos complejos síquicos, su fuerza está en la descripción estática de situaciones como mosaicos de un todo.
La Voluntad (1902)
Novela de la abulia y el fracaso. Se puede resumir como la novela de mucha invención (Dichtung) y poca verdad (Wahrheit). Es su novela más famosa. El carácter del protagonista es el no tener carácter alguno, es la falta total de carácter. La novela transmite al lector un aburrimiento terrible; es la novela de la abulia. Es la novela del 98: El fracaso del hombre inteligente en un pueblo vulgar.
Antonio Azorín (1903)
Es la novela de poca invención y mucha verdad. Antonio Azorín es el personaje de la trilogía: Intelectual, tímido ante la vida, reconcentrado y con ansias de renovación como los hombres del 98.
Las confesiones de un pequeño filósofo (1904)
Es la novela de la verdad, de los recuerdos personales.
La voluntad es un texto elaborado a partir de hondas reminiscencias autobiográficas, que abre una trilogía narrativa completada, poco después, con las novelas Antonio Azorín y (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904). Se trata de tres piezas plenamente representativas del espíritu generacional: triunfo del desánimo y del desaliento, rechazo generalizado de un racionalismo mal aplicado que había acabado con la auténtica idiosincrasia del pueblo español.
Estas obras, llenas de fuertes tensiones y contradicciones ideológicas, ponen de manifiesto la enconada pugna entre el deseo de regenerar el país y, por otra parte, la necesidad de preservar su carácter e idiosincrasia. Son, en cierto modo, tres novelas fallidas; pero, a la vez, tres extraordinarios ejercicios reflexivos y creativos que atestiguan la existencia de un género híbrido entre el ensayo y la narración.
Esta trilogía (La voluntad, Antonio Azorín y Las confesiones) expresa el pesimismo del 98, con sus personajes abúlicos y fracasados. En el fondo, rezuman también el pesimismo del filósofo alemán de Arturo Schopenhauer (1788-1860), muy leído entonces en España, junto con el vitalista Friedrich Nietzsche (1844-1900).
Antonio Azorín es un hombre recogido en sus ideas y vida interior, sin fuerza de voluntad que le lance al mundo de la acción. Es la tragedia del español, educado años enteros en una visión del mundo determinista y trascendental que no le capacita para la acción directa personal, para el goce esforzado de la vida. Toda la vida es aburrimiento, todo es vano y los hombres están presos de su pasado; la vida es dolor: “Un día llama a otro día y así todo se encadena llanto a llanto y pena a pena” (Calderón de la Barca).
Son todos personajes de cualidades intelectuales grandes, pero que se pasan la vida reflexionando sobre todos los temas, para ocultar su incapacidad de vivir una vida que no tiene nada digno de ser vivida. Un pesimismo nihilista y cultural atraviesa todas estas obras. El autor más por el personaje de Azorín en esta trilogía es el ensayista francés Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592).
Voluptuosidad, fuerza, elegancia, dinero y poesía, son los mayores bienes de la vida. Azorín se siente fracasado y triste al sentirse sin ninguno de estos bienes, “porque la vida sin una de esas fuerzas no merece la pena de ser vivida”.
Don Juan (1925)
Es la primera novela a la que Azorín dio el nombre de novela. El ambiente es el mismo que el de las demás novelas: la pequeña ciudad aburrida. Don Juan fue en su pasado un “gran pescador”. Gustó de lleno las mujeres, tuvo riquezas, castillo, servidores. Ahora vive pobre; una enfermedad cambió su vida. Ya no quiere saber nada del amor terreno ni de los bienes de este mundo. No es precisamente un creyente practicante que visita la iglesia, pero sí un hombre piadoso. Un solterón que no puede dejar de vestir elegante aún; su elegancia tiene algo de melancólico. “Pone la amistad por encima de todo”. No se queja de los hombres ni del destino, acepta las debilidades humanas, para las que tiene siempre una sonrisa comprensiva. Es un contemplador humorístico del mundo. Siempre dispuesto a ayudar; regala siempre lo que puede, sin esperar recompensa alguna. Es un predicador de la tolerancia, un señor amable con todos sus servidores.
Doña Inés (1925)
Dos obras que apenas aportaban novedades respecto a las técnicas narrativas que empleara el autor alicantino veinte años atrás.
Félix Vargas (1928)
Intenta desarrollar una nueva técnica de vanguardia.
Superrealismo (1929)
Blanco en azul (1929)
Sugestivo libro de cuentos.
El escritor (1941)
Capricho (1942)
Cavilar y contar (1942)
Libro de cuentos.
El enfermo (1943)
María Fontán (1943)
Salvadora de Olbena (1944)
La isla sin aurora (1944)
En estas seis novelas posteriores a la Guerra Civil (1936-1939), Azorín sigue postulando un cierto distanciamiento "deshumanizado" entre realidad y ficción que mantiene anacrónicamente vivo el afán innovador de la Vanguardia, cuando la narrativa de la posguerra vuelve los ojos hacia el realismo social. De ahí el relativo fracaso de estas últimas creaciones novelescas de Azorín.
AZORÍN DRAMATURGO
Azorín escribió muy tardiamente teatro, fue un intento pasajero. Durante el segundo lustro de la década de los veinte, Azorín comenzó a cultivar el género dramático, al que aportó una serie de obras escasamente representadas en los escenarios españoles de la época. El éxito de su teatro ha sido muy escaso. Es un teatro de misterio, que desarrolla temas trascendentales como la vida, la muerte, la felicidad y el tiempo, pero de una manera más descriptiva que activa y dramática.
La fuerza del amor (1901)Su primera pieza teatral: una tragicomedia. Empeño por recuperar el legado de los clásicos y por resucitar su pensamiento o sus propias figuras, convertidas en personajes literarios.
Judit (1926)
Old Spain! (1926)
Lo invisible (La arañita en el espejo, El segador y Doctor Death, de 3 a 5) (1928)
Son tres piezas que componen la trilogía teatral titulada Lo invisible. Trilogía sobre misterio y muerte. Son sus obras de más éxito.
Brandy, mucho brandy (1927)
Una obra menor.
Angelita (1930)
El tema es el tiempo.
Cervantes o La casa encantada (1931)