Tuve una infancia feliz.
Mientras crecía unida a mis orígenes, me sentí querida y valorada. Cuando llegó el tiempo de la cosecha yo, al igual que mis hermanas, fui recolectada con cuidado y sometida a un complejo proceso de maduración. Finalmente, con muchas más, entré en un hermoso frasco de vidrio y nos etiquetaron con cuidado: “Pimienta negra en grano”.
Fue entonces cuando me di cuenta de que éramos diferentes. Desayuno, almuerzo y cena, veíamos a los más diversos ingredientes responder a los planes del Gran Cocinero. Si se trataba de hacer espaguetis, ya sabíamos que los tomates estarían invitados junto a la carne picada, aunque también se llevaban muy bien con los ajitos y el aceite. El arroz montaba siempre grandes fiestas con muchos invitados, y las frutas estaban dispuestas a cooperar entre sí para los postres. El Gran Cocinero nos decía que nadie debía imponer su personalidad a los demás, que el secreto de la cocina estaba en combinarse y mezclarse suavemente para formar un gran plato, con su propio estilo y sabor.
¡Pero yo soy un grano de pimienta!
¿Qué culpa tengo yo de este carácter tan fuerte que soy capaz de hacer estornudar hasta al Gran Cocinero!
Y sí, es verdad, los demás no quieren formar plato conmigo porque dicen que soy picante, que soy demasiado fuerte, que los opaco… Así que, por mucho que me dijeran en casa que yo era una “especia super especial”, no pude dejar de sufrir la soledad en medio de la alegría de los otros ingredientes.
Pero un día el Gran Cocinero avisó de que tenía que preparar ¡el banquete de bodas de su hijo!. Y en ese banquete, el plato central sería un gran asado de las mejores carnes. Y mientras que la cocina se llenaba de alegría, mi picante corazón se llenaba de ansiedad: ¿sería este el día? ¿tendría el honor de entregar mis esencias en tan gran acontecimiento?
… Poco a poco vi cómo iban llamando a los mejores ingredientes para que ocuparan sus lugares en las bandejas mientras los hornos se calentaban: aceites de oliva, papas tiernas, tomates en dados, aros de cebolla blanca, pimientos verdes y rojos, dulces ciruelas, delicadas almendras, esencias del romero, el tomillo e incluso un poco de albahaca… las posibilidades se acababan y la tristeza aumentaba, cuando, de repente…
¡el ayudante nos sacó del estante y nos llevó ante el Gran Cocinero. Él suavemente, nos depositó en su mano, aspiró los aromas, valoró mentalmente su guiso, y muy suavemente fue dejando una docena de granos de pimienta en cada bandeja para culminar su obra.
¡Fue algo maravilloso! Su aprecio y su confianza al contar conmigo me dio la tranquilidad para estar allí, con otros muchos ingredientes, entregar las esencias que me pedían y dejar que la cocción nos integrara poco a poco en una obra de arte dorada y humeante.
Hasta aquí podría haber sido el testimonio de mis otros amigos. Carnes, contornos, especias y condimentos pasaron suavemente de las bandejas de horno a las de servicio, de allí a los cucharones para desembarcar en los platos donde su sacrificio se volvía sinfonía gastronómica… Sin embargo, la sombra de mi pasado volvió entonces con brutalidad:
¡Nadie me tomó y me comió!
Los camareros nos evitaron con su cucharones mientras iban vaciando las bandejas. Algunas hermanas pimientas que llegaron a los platos fueron cuidadosamente evitadas y destinadas a ser compañeras de los huesos y las hojas de laurel.
Volver a la cocina, cocinada y vacía, fue la experiencia más dolorosa de mi vida.
Fue entonces cuando el Gran Cocinero me tomó en la punta de su dedo y me explicó con cariño:
¡Gracias, granito de pimienta!
Solo tú, con tu personalidad tan fuerte, podías dar un aroma común a todos los demás ingredientes. Gracias por haber dejado tu cáscara aquí y todas tus esencias allí, en el plato principal. Lo que era tu problema, el ser picante y fuerte, fue la solución para conseguir la unidad.
- Así que, pequeña hermana pimienta, si los demás a tu alrededor tardan mucho en apreciar tus aromas…
- si cuando finalmente te piden tu colaboración te cierran el paso al protagonismo…
- si cuando te piden la entrega de tus esencias parece que se desperdician y nadie te valora…
¡No te preocupes, tu aporte no es dar tu grano como comida, sino tu alma como condimento!
Gracias granito de pimienta!!!