8 de julio de 2011

Bastante tragedia es el Alzheimer como para perder las pequeñas cosas que alegran la vida

Es muy frecuente que en el desarrollo del Alzheimer lleguen los problemas de cuidado personal. No se trata de que se hayan vuelto "sucios" de repente, es el proceso de desaprender y olvidar los hábitos diarios.

Produce una enorme satisfacción
 verles limpios, guapos y
cuidados.
 (Ilustración: Eva Fajardo)

Es muy frecuente que en el desarrollo de la Enfermedad de Alzheimer (EA) llegue un momento en el que tengamos problemas de cuidado personal. No se trata de que se hayan vuelto “sucios” de repente. Es, más bien, que en su proceso de desaprender o de olvidar no pueden recordar sus hábitos diarios de higiene.
 
Nunca regañaríamos a un niño por no saber cuidar de si mismo… lo mismo les ocurre a estos enfermos. No debemos, por lo tanto, enfadarnos ni regañarles. Si no se lavan no es porque no quieran, sino porque no recuerdan para que sirve una ducha o como deben lavarse los dientes.
 
Mamá, que ha sido siempre una persona muy pulcra, empezó un buen día a olvidarse de la ducha diaria. Lo bueno, en su caso, es que tiene muy buen carácter y admite, sin problemas, que una de nosotras la ayude a darse una ducha o a lavarse el pelo. En cambio no le gusta que mi padre le haga ningún comentario al respecto. Eso son pequeños misterios del Alzheimer.
 
Hasta la fecha hemos podido organizarnos, tenemos un “programa de higiene” con el que sabemos que está siempre atendida en este aspecto. Desde que cumplió los 20, allá por el año 50, empezó a maquillarse. Y nos consta que, excepto tras darnos a luz o estar en la cama con alguna enfermedad (pocas veces, por otra parte), nunca ha salido de casa sin pintarse los labios. Es su seña de coquetería y nos alegra que la siga manteniendo.
 
Así que la ayudamos a recordar las duchas pero no tenemos que acordarnos del lápiz labial, eso lo hace ella y muy bien, por otra parte.
 
Y, en paralelo a la pérdida de higiene, se presentó, en su día, un deterioro progresivo en el cuidado de su apariencia. Podía mezclar cualquier cosa, cuadros y flores, rayas con cuadros o combinaciones de color imposibles. También sucedía, con cierta frecuencia, que mezclaba ropa de distinta temporada, y así, podía aparecer con una falda de lana de puro invierno y una blusa de manga corta de verano, por ejemplo.
 
Esto fue fácil de solucionar. Primero nos encargamos de separar la ropa, según la época del año. Guardando la que no corresponde solucionamos medio problema. Y para ayudarla a combinar mejor la ropa lo que hacemos es comprarle prendas en la misma gama de color (eso evita las dificultades combinando colores) y tratar de elegir diseños y estampados discretos y fácilmente conjuntables.
 
Además hemos ido renovando su vestuario, de manera que no se encuentre con trabas a la hora de vestirse: pocos botones o cierres complicados, prendas sin piezas o lazadas, nada que le resulte difícil de colocar y abrochar. Todo esto no ha impedido que, en un momento dado, se obsesionara con una blusa. Se la quería poner continuamente, con cualquier cosa, fuera o no una buena combinación.
 
Pero, gracias a Dios, no llegó al extremo que nos contaba un compañero del Grupo de Apoyo. Su mujer, enferma desde hacía años, había llegado a estar varios meses sin consentir cambiarse la ropa interior. Y cualquier intento en ese sentido se encontraba con un estallido de furia por parte de ella, que, es fácil de imaginar, impresionaba a sus familiares.
 
Nosotras tenemos la convicción de que es importante para ella sentirse guapa y elegante. Y eso queremos que siga sintiendo hasta el último día de su vida. Bastante tragedia supone la enfermedad como para añadirle el perder las pequeñas cosas que le alegran los días y son sus señas de identidad.
 
No es fácil dar el paso de empezar a bañar a tus padres, pero produce una enorme satisfacción verles limpios, guapos y en condiciones… y ella se mira en el espejo, sonríe y nos hace un gesto con la mano…¡eso lo compensa todo!.
 
Ana Romaz / Actualizado 8 julio 2011