Malos tiempos para la crítica.
Un tribunal de Taichung -localidad de Taiwán con nombre de estribillo de banda callejera- ha condenado a una bloguera local a 30 días de cárcel por escribir que los fideos que le sirvieron en un restaurante estaban salados. Así mismo, le obliga a pagar 5.000 € como compensación al propietario por denunciar la insalubridad del establecimiento. La cantidad no debe ser despreciable por aquella parte del mundo.
En España hubo un precedente en los primeros años 80, cuando el crítico valenciano Antonio Vergara –ejercía entonces en la Cartelera Turia, bajo el seudónimo Ibn Razin- fue denunciado por el propietario de un restaurante local destinatario de una de sus críticas. El asunto llegó a juicio, hubo profusión de testigos, una cierta atención mediática y el tribunal acabó desestimando la demanda. Creo que el fondo del asunto giraba en torno a la calidad de un arroz, pero eso se me pierde en la parte más nublada de la memoria.
Eran otros tiempos. Entonces había pocos críticos, la mayoría ejercía como tal –es decir, valoraba el trabajo del restaurante tal como su nivel de conocimiento y su profesionalidad le daban a entender- y escribían en papel. Los ordenadores no habían llegado todavía a nuestras vidas y el espacio virtual era una teoría de ciencia ficción.
Treinta años después, la crítica gastronómica es una disciplina en vías de extinción. Reducida por los medios a un espacio de relaciones públicas –no quieren crítica, resulta molesta, ni están dispuestos a pagarla; apenas cuatro o cinco profesionales tenemos un medio que respalda nuestras facturas- , ignorada por los propios profesionales –nunca una multitud mayor de especialistas dedicó tanto tiempo a recorrer el anecdotario más superficial; dedicamos más tiempo a inventar palabros que empiezan por gastro que a valorar el propio hecho culinario- y sin embargo cada vez más demandada por el lector.
Algún día los directivos de los medios de comunicación tendrán que decidir entre sus propios intereses –círculos de amistades, inversores…- y los de sus lectores.
Entre tanto, la condena a la bloguera Liu -divulgada por Terra.es en una noticia que no aporta más detalles- plantea algunas cuestiones que afectan a la propia crítica más allá del mero ejercicio de la libertad de expresión. Se trata de la supervivencia de la propia crítica: éramos pocos y parió la abuela. Necesitamos una campaña de apoyo de Greenpeace; somos una especie en vías de extinción.