A medida que van mermando las facultades de Mamá hay que ir buscando alternativas. En muchas asociaciones cuentan con un "Centro de Día" que supone una solución tanto para pacientes como para cuidadores. Pero ahí fue donde nos topamos con Papá.
Ana Romaz / Actualizado 5 mayo 2011
En casa vamos notando la merma de las facultades de Mamá cuando nos encontramos fuegos de la cocina encendidos y olvidados, o tenemos un episodio de “envenenamiento” por un alimento en mal estado. Llega un momento en el que, realmente, nos preocupa la integridad física de nuestros padres… y la nuestra, comer con ellos en su casa es un ejercicio de riesgo.
En casa vamos notando la merma de las facultades de Mamá cuando nos encontramos fuegos de la cocina encendidos y olvidados, o tenemos un episodio de “envenenamiento” por un alimento en mal estado. Llega un momento en el que, realmente, nos preocupa la integridad física de nuestros padres… y la nuestra, comer con ellos en su casa es un ejercicio de riesgo.
Algo frecuente entre los enfermos de Alzheimer es una cierta “avaricia” que se manifiesta por las vías más peregrinas. En el caso de Mamá, una mujer que siempre ha sido espléndidamente generosa, su obsesión ahora es no tirar nada. Esta actitud, que en circunstancias normales tiene su aspecto positivo, cuando se lleva al extremo da pie a momentos épicos.
- Mamá ¿por qué no tiro este resto que tienes en el frigorifico?
- No, ¿por qué? Está bien.
- Pues a mi me da la impresión de que va a echar a andar de un momento a otro…
- ¡Que exagerada eres! Si eso es de ayer.
- (voz en off paterna) No le hagas caso, creo que eso lo comimos hace una semana.
- Mira, Mamá, mejor lo tiro…
- ¡Hay que ver!- observando cuidadosamente el plato en cuestión- si sólo tiene un poquito de pelusilla…(lo dice por el magnífico moho que le ha crecido a lo que fueron unas albóndigas y que parece albergar a un poblado entero de gnomos).
El plato acaba en la basura y esa tarde tenemos un cónclave de hermanas para ver que podemos hacer.
La opción de que ella pase la mañana en el “centro de día”, donde va a estar integrada en un grupo con gente que tiene un nivel de enfermedad similar, nos parece una buena solución. Allí va a socializar, a hacer talleres y ejercicios para frenar el deterioro cognitivo, rehabilitación física y se va a quedar al comedor. Nos organizamos para comer con Papá y no dejarle solo.
Esto, que se dice rápido, nos supone a las tres hacer encaje de bolillos con los horarios laborales y las obligaciones familiares de cada una, pero estamos convencidas de que merece la pena por la calidad de vida que los dos van a ganar…y además por minimizar los riesgos. Lo tenemos todo claro, sabemos lo que cuesta mensualmente y nos parece un precio razonable por la atención que va a recibir, y estamos organizadas para afrontar este cambio de rutinas.
Sólo nos falta decírselo a ellos, con toda la mano izquierda posible. Y aquí, con la Iglesia hemos topado, llega el problema. Ella está encantada con la propuesta, me da la impresión de que se siente liberada de una carga que le pesa mucho pero por responsabilidad sigue tratando de llevar.
Pero él dice que nones, que para qué tiene que estar todo el día fuera, que qué va a hacer él mientras, que quién le va a hacer la comida… todo son negativas e inconvenientes.
Y da igual si se lo vamos solucionando sobre la marcha y si tenemos respuesta para todo. El hábito de toda una vida de ser el “cabeza de familia” le lleva a una actitud irrazonable y egoísta que a nosotras nos indigna y Mamá acepta resignada.
Salimos del encuentro enfadadas y decepcionadas con él por todo lo vivido hasta ahora: su mirar hacía otro lado, su no implicarse en lo que ocurre, su dejación de responsabilidad en nuestras manos pero sin ceder poder de decisión, …podemos llevar bastante bien la enfermedad de Mamá pero tener que enfrentarnos con él se nos hace muy difícil. Algunas horas más tarde decidimos que, de todas maneras, que hay que buscar una solución a este problema.
Pero esa es otra historia…
Una sesión de fisio en el Centro de Día de AFA-Alicante. (Foto: T. Pumarega)
Quiero agradecer los comentarios que están llegando. Los tengo en cuenta y trataré de cumplir vuestras expectativas. Saber que estas líneas pueden ayudar a alguien me anima a seguir escribiendo cada semana. ¡Gracias a todos!