Dominique Strauss-Kahn, uno de los protagonistas estelares del G-20 y de la estructura financiera internacional que enfrenta la crisis global desde el estallido en 2008, cayó en desgracia. Para el traumático vínculo histórico de la economía argentina con el Fondo no es insignificante ese desmoronamiento, teniendo en cuenta además que abanderados de la moral y las buenas costumbres claman por volver a la subordinación a ese organismo multilateral.
No deja de ser una ironía que el desprestigio de esa institución sea por el deseo sexual irrefrenable de su líder en lugar del acoso permanente con ajustes implacables a países en la cornisa, como los padecidos por los latinoamericanos en la década del noventa y hoy los periféricos europeos. La tentación de vincular esas conductas es elevada, que por pudor se eludirá y vale recordar que esas vejaciones fueron y hoy son aceptadas por gobiernos sumisos a las finanzas globales.
Fracasos Múltiples Internacionales había quedado en una posición muy débil a nivel institucional cuando los países que habían recibido sus préstamos, como Argentina, Brasil, Uruguay, decidieron cancelarlos en su totalidad. Esos pagos los liberaron de las condicionalidades, que eran medidas de ajuste fiscal y monetario, que exigía el FMI para brindar su asistencia financiera. Esa pérdida de recursos por cobro de comisiones e intereses dejó a ese organismo en una situación financiera muy complicada. También la vigorosa recuperación económica de los países que abandonaron sus recetas ortodoxas cuestionaba en la práctica sus políticas. Quedó en el centro de las críticas por no haber previsto esas crisis, y más bien por profundizarlas. La experiencia argentina, tanto el apoyo que brindó a las políticas de los noventa como el posterior rechazo que expresó al sendero que implicó elevadas tasas de crecimiento, dejó muy incómodas a las autoridades y a su equipo técnico. De una presencia arrebatadora en los años de la crisis de la deuda y del Consenso de Washington, se desmoronó a una burocracia desprestigiada con destino incierto.
La crisis de 2008 rescató al FMI del ostracismo. En lugar de reformular la estructura financiera internacional, las potencias económicas lo rescataron para colocarlo nuevamente en el centro ordenador de paquetes de rescate y de promotor de políticas de ajuste. Los países que empezaron a padecer ese cerco financiero fueron los europeos periféricos: Grecia, Irlanda, Portugal y España. El FMI los denomina EA4 (European Area 4) exigiéndoles, junto a la Unión Europea dominada por Alemania, que a cambio de recursos para pagar sus deudas tienen que bajar el gasto público, recortar sueldos, jubilaciones, privatizar, subir impuestos y reformar el sistema de pensiones extendiendo la edad jubilatoria.
Como si no hubiera aprendido nada de las debacles latinoamericanas, con la argentina en el tope de los descalabros social y político, el Fondo reiteró el mismo programa de ajuste que sólo agudiza crisis, como se observa hoy en Grecia, Portugal, Irlanda y España. Es notable que mientras siguió implementando la receta de la ortodoxia para beneficiar a bancos y grandes grupos económicos, la tecnoburocracia del Fondo durante la gestión de DSK se presentara como reformista. A nivel discursivo y de ciertos documentos de estudios, flexibilizaron la opinión sobre la cuenta capital admitiendo que, en algunas circunstancias, es correcto aplicar en forma temporaria controles al ingreso de capitales. También señalaron tímidamente que alcanzar estabilidad en los precios no es suficiente para evitar que se produzcan desequilibrios e incluso señalan que se podrían instrumentar políticas “no ortodoxas”, como el manejo del crédito por parte de la banca central. DSK, en su discurso en la Brookings Institution poco antes de la reciente reunión del FMI, afirmó que “en definitiva el empleo y la igualdad son los pilares de la estabilidad y la prosperidad económica, de la estabilidad y de la paz política”.
Esa tibia revisión de postulados dominantes durante la hegemonía neoliberal se parece mucho a esos grupos fundamentalistas que aspiran a mejorar su imagen pública con maquillajes pero que en su esencia -que se refleja en las medidas concretas exigidas a los países en crisis- no cambia nada. El Fondo Monetario no fue -ni lo es- un factor de estabilidad en las economías apremiadas por abultadas deudas. Sus intervenciones como bombero sirven para generar un momento de calma pasajero, tiempo necesario utilizado por bancos y grandes inversores especulativos para ir rescatando sus colocaciones en deudas impagables, como hoy lo son la griega, portuguesa y española.
El gobierno socialista español de José Luis Rodríguez Zapatero ha aplicado la receta ortodoxa clásica, recibiendo el beneplácito del FMI, sin el resultado deseado pero sí previsible: aumento del desempleo, debilitamiento de la demanda, estrangulamiento financiero por la elevada deuda pública y privada y continuación del ciclo recesivo. Las masivas protestas tienen a la juventud, grupo donde casi la mitad está desempleada, como motor de la rebeldía a esas políticas que buscan sólo salvar bancos y grandes empresas. Los dirigentes políticos, griegos, lusos, españoles o de cualquier otros país en crisis, no se animan a romper con ese modelo de exclusión, que implicaría declarar el default y salir del euro, porque están atrapados de un modelo de funcionamiento dominado por el mundo de las finanzas. A la defensa de esos intereses se suma que saben que esas medidas drásticas implicarían enterrar su futuro político, y por eso prolongan la agonía con el objetivo mezquino de que sea a otro a quien le estalle la bomba.
El proceso argentino también ofrece enseñanzas en ese sentido político, con Fernando de la Rúa aplicando un ajuste fiscal brutal, con Adolfo Rodríguez Saá definiendo el default y con Eduardo Duhalde implementando una megadevaluación. El recorrido político inmediato que tuvo cada uno de ellos fue la condena y el alejamiento del poder. Europa tiene más recursos e instituciones continentales de gobernanza (UE) que los que tuvo Argentina para dar un marco de contención efectivo para amortiguar ese inevitable desenlace. En esa instancia emerge la preeminencia de las finanzas globales influyendo en las decisiones de política económica de los gobiernos, con el tradicional acoso del Fondo Monetario Internacional
Por Alfredo Zaiat Diario Página/12, Argentina