27 de agosto de 2012

La Alhambra: nuestro legado andalusí

Amanece el día en Granada, y vigilante de su ciudad, siempre despierta, la Alhambra se alza altiva sobre la colina de la Sabika, entre castaños, álamos, olmos y avellanos. A su lado, el Darro y el Genil; a sus espaldas, las altas cumbre de Sierra Nevada. Y ella, sublime, impone su respeto y su elegancia nazarí.

Desde que en 1238 el rey Muhammad I puso sus primeras piedras, este conjunto arquitectónico empezó ya a destacarse como uno de los más imponentes del mundo. Cada patio, cada habitación, cada palacio, cada jardín, tiene un sello característico, una nota de poesía inscrita en sus paredes en forma de grabados, enrejados, aguas y flores.

 La entrada más clásica es aquélla a la que se accede desde el centro de Granada, subiendo la cuesta de Gomerez. Bajo la Puerta de la Justicia que da entrada a todo el conjunto, se juzgaban los asuntos del pueblo. Según reza en el mismo arco, fue construida por Yusuf I , y terminada en el año 1348.
Esta torre de la Justicia se caracteriza por su doble arco abovedado en ladrillo, en los que rezan menciones alusivas al poder de Alá. Una vez que atravesamos esta puerta, nos encontramos dentro con tres zonas claramente diferenciadas: la parte de la Alcazaba, alojamiento de la guarnición militar que se encargaba de defenderla, y parte más antigua de todo el conjunto; la zona de los Palacios Nazaríes, que es el auténtico corazón de la Alhambra, por su belleza y su importancia, y los jardines del Generalife. También es de gran belleza y digno de visitar el palacio de Carlos V.

 La Alcazaba:

Una vez atravesamos la Puerta de la Justicia, llegamos a la Plaza de los Aljibes, desde donde podremos acceder a la parte fortificada y a la zona de los palacios. Destacar de esta zona sobre todo la Torre y su Patio de las Armas y la Torre de la Vela. Ésta se alza como un gran baluarte sobre la ciudad de Granada, que queda empequeñecida allí a sus pies. Asomados a ella obtendremos unas maravillosas vistas de todo el barrio del Albaicín. Hasta hace muy poco, su campana sirvió de toque para que al anochecer los agricultores de la vega recogieran y se marcharan a casa.

 Los Palacios Nazaríes

Pero si la parte de la Alcazaba nos muestra unas vistas incomparables de toda la Vega granadina, la zona de los Palacios nos ofrece todo un enjambre de arte y belleza. Y es que cada una de sus salas se merece un apartado; una parada; una admiración; una fotografía. Yusuf I reedificó el Cuarto Dorado y el Mexuar, la primera sala que nos encontraremos, y que tantas transformaciones ha sufrido a lo largo de los siglos. Aquí tenía su sede el gran tribunal del reino. En el centro de la sala hay cuatro columnas mozárabes que se alzan hasta el techo, de época cristiana. Las paredes están cubiertas de azulejos y en ella está el escudo de Carlos V. Destaca una balaustrada en madera que da pie al coro de la sala.
Si hay algo que destaque de la obra que nos legó Yusuf I, ese fue sin duda el Palacio de Comares, la que fue su residencia oficial en la Alhambra. Sus paredes alicatadas en zócalos y los motivos de yesería que la adornan son auténticas maravillas, que se tranforman en admiración, cuando las atravesamos para entrar en el Patio de los Arrayanes. En él se encuentran, sin duda, muchos de los grandes logros del arte nazarí. En su centro, un precioso estanque refleja las columnas que lo rodean; sus paredes fueron decoradas con yesería en formas geométricas, y en ellas abundan las oraciones dirigidas a Alá. Su nombre se lo debe a los macizos de arrayanes que bordean el estanque, y cuyo color verde contrasta sobremanera con el mármol blanco del suelo del patio.


Patio de los Leones

Mohammed V, hijo de Yusuf I, nos legó otra de las grandes obras del conjunto; la que quizás sea el símbolo más conocido de la Alhambra: el Palacio de los Leones y su famoso patio. Este palacio es la parte más barroca de todo el recinto. Y aún así, su luz, su colorido, su ambientación, invita a la reflexión, a la paz, a la tranquilidad; y es que tanto el Palacio, como su Patio fueron construido con esa idea: la del descanso. Debe el nombre a los doce leones surtidores de la fuente que ocupan el centro del patio y que se creen pertenecieron a un potentado judío. Reza en la misma fuente del Patio, los siguientes versos, escritos por uno de los muchos poetas que por aquel entonces habitaban la Corte:

Es un amante cuyos párpados rebosan de lágrimas,
lágrimas que esconde por miedo a un delator.
¿No es, en realidad, cual blanca nube
que vierte en los leones sus acequias
y parece la mano del califa, que, de mañana,
prodiga a los leones de la guerra sus favores?

A los lados del patio son dignas de visitar la Sala de los Abencerrajes y la de las Dos Hermanas, quizás una de las más bellas de todo el Palacio.
Cruzando la Sala de los Abencerrajes, llegamos hasta las habitaciones de Carlos V, compuestas por seis salas, de las cuales, cuatro, fueron habitadas a mediado del siglo XIX por el escritor Washington Irving, quien escribió sus “Cuentos de la Alhambra”.
Por último, mencionar los no menos conocidos Jardines del Partal, construidos en escalones, y entre los que se levanta, esbelta, la Torre de las Damas.

 El Palacio de Carlos V

 Justo a la entrada de los Palacios nos encontramos con su Palacio, inciado en el año 1526. El edificio se encargó al arquitecto Pedro Machuca, y está levantado en estilo renacentista. Destacar de él, principalmente, su patio circular de 31 metros de diámetro.

 Los Jardines del Generalife

Aconsejo el dejar los jardines para acabar la visita. Y es que pasear por ellos es un momento de tranquilidad incomparable. Son tan bellos, tan coloridos, tan refrescantes, que gusta olvidarse de todo el cansancio, de todo el estrés del día absorbiendo sus olores; admirando sus colores; sintiendo sus rincones. Ver caer el día entre sus muchos árboles y flores es una sensación inolvidable.
Construidos en el siglo XIV, el Patio de la Acequia es su parte más importante. Compuesto por arrayanes, cipreses, naranjos y rosales, enmarcan a una larga acequia que a lo largo cruza el patio, entre surtidores de agua cristalina. En cada extremo de la acequia, dos pequeñas fuentes en forma de taza. Con el otro, el patio de los Cipreses, corre una leyenda. Bajo una de sus cipreses, el denominado de la Sultana, se veía la mujer de Boabdil con uno de sus caballeros abencerrajes, lo que provocó la muerte de los señores de esta tribu, que fueron degollados por orden del Sultán.
Su magnífica estampa; su significado en la historia de nuestro país; su belleza; su arte, su poesía, le ha valido que haya sido nombrada candidato a figurar entre las nuevas 7 maravillas del Mundo.